De cantores, brindis, y versos a lo humano y a lo «adivino»

Publicado en el mes de Agosto de 1999 en El Ático

Brindo dijo el poroto
a una hermosa pantruca
para las viejas pitucas
yo soy comida de rotos,
y forman este alboroto
porque consideran feo
que les provoque deseos
que se les afloje el aire
como decía mi paire
tanta bulla por un peo.

CantorEntre mis salidas a terreno favoritas, desde el Museo Regional de Rancagua, se cuentan las que me invitan a fotografiar a aquellos que aún ejercen oficios con historia y tradición. De esos que hay que encontrar en rincones alejados, como los cantores populares.

Hace un par de años me llevaron a Chancón, cerca de Rancagua, a fotografiar a un cantor popular: «Salvita». Llegamos a una casa de campo de esas de adobe, con corredor y hartas plantas, con grabadora de video, cámara fotográfica y unas cuantas preguntas. Salvita es ciego y toca como los mil dioses la guitarra. Allí aprendí de las distintas afinaciones de la guitarra (que son más de cuarenta y dicen que ni el diablo se las sabe todas) y de las entonaciones de los versos. Todo al lado de un brasero, en un medio día de agosto. Escuché cuecas pícaras y ritmos anteriores a las cumbias; versos hecho por él y unos cuantos brindis.

Salvita me invitó a verlo a un encuentro de payadores en Santiago, a la semana siguiente. Allá partí, tras su guitarra y sus canciones picaronas. En la capital había un encuentro de payadores, todos de renombre, expertos en tomar la guitarra y hacer versos. Ya no recuerdo quiénes estaban en esa ocasión, pero no olvido el reencuentro con Salvita, quien galantemente me dedicó la décima con la que se presentan al inicio del encuentro. Luego vinieron los brindis, verdaderas joyas en décimas que han compuesto poetas anteriores.

Voy a brindar dijo un gato
que corría por las tejas
en pos de una gata vieja
con la que tenía tratos.
Después de correr un rato
el pobre ya muy cansado
se resbaló del tejado
cayendo al suelo de guata
¿cómo estay? dijo la gata
y el gato respondió miao.

Entre verso y verso los poetas presentes fueron explicando del cómo y del cuando se entrelazan en contienda: de la personificación, en la que dos poetas representan cada uno un elemento contrario que propone el público (por ejemplo la noche y el día) y hacen un contrapunto en cuarteta. Del banquillo, donde todos los poetas preguntan a uno «sentado en el banquillo» y éste debe contestar rápidamente y con astucia. Del pie forzado, donde el público da una frase y el poeta debe improvisar una décima que termine en esa frase o pie forzado. Del contrapunto, de la concesión, de los relances. De los versos por ponderación.

Sembré un granito de trigo
y al crecer la sementera
se llenó una hacienda entera
y esto no es mentira amigos.
Por millones las gavillas
estaban en los potreros
y decía un ingeniero
¡esto es una maravilla!.
Cuarenta cosechadoras
tuvimos que contratar
no paraban de trillar
un año fue la demora.

En el encuentro de payadores aprendí de la chispa del cantor, de la réplica pícara y exacta en los labios, del humor negro y del de otros colores; de la excelencia en las seis cuerdas de la guitarra o en las veinticinco del chilenísimo guitarrón. Del ingenio del poeta popular…

Cantor4 Cantor2

Al año siguiente, asistí a una nueva edición del encuentro de payadores en Santiago, lo justo para entibiar el alma y partir otra vez a recorrer cerros y poblados y villorrios en busca de cantores. Una noche gélida de agosto, en Pichilemu, dimos en un bar, o más bien dicho un boliche, en una esquina cualquiera. Allí estaban dos «puetas» populares, de esos que a veces no saben leer ni escribir, pero sí saben de versos, y componen e improvisan. Tras la invitación a los poetas a conversar una botella de vino, la instalación de cámaras de video y fotográficas, comienza el desplegar de versos, y contrapuntos y disputas entre los poetas. Allí aprendí que hasta el poeta más alejado de la capital siempre compone versos sobre hechos recientes, en esa ocasión escuché unos dedicados a las famosas casas Copeva* (en otra ocasión escuché un contrapunto entre las casas Copeva y el caballo regalado al ministro de la vivienda).

Esa noche en Pichilemu la cosa fue sin guitarra. Al rato se incorporó una mujer, quien organizaba un grupo de gente dedicada a rescatar el canto popular de la zona; ella nos regaló una canto triste sobre la Guerra del 1879. Su voz era un lamento en el frío de aquella noche, en la que los poetas siguieron cantando e improvisando y entonándose con el vino y templando el ambiente a falta de un brasero.

No hay fea sin su gracia
ni bonita sin defecto
ni enterrado sin ser muerto
ni escuela sin enseñanza.
No hay picado sin venganza
ni patrón sin tener peones
no hay desdicha sin ser pobre
no habrá viejo sin ser niño
por eso muy bien les digo
no hay repique sin sus dobles.

Cantor3Al día siguiente salimos en busca de cantores rurales: por ahí, entre medio de lomajes suaves, en el verdor del campo encontramos a don Floridor y su señora. A pleno sol del mediodía instalamos las cámaras. don Floridor recién se había comprado su guitarra; al comienzo parecía que no sabía tocarla, pero luego el oído desacostumbrado va encontrando la afinación, extraña pero existente. Él y su señora nos regalaron unos versos antiguos y desgarrados sobre el padecimiento de Cristo. A ellos no les gustaba el canto a lo humano, ese que es en chacota. Sólo cantaban a lo divino -o a «lo adivino»-. No olvidaré nunca el sentimiento y la devoción con que cantaban. ni la emoción que le inundó el alma a esta no católica.

 

Ven acá seco sarmiento
pecador desarreglado
por salvarte del pecado
aquí me tienes sangriento.
Entregué todo mi aliento
para darte nueva vida
recibí crueles heridas
y te cargué en mi regazo
y de nuevo en mis brazos
ven ovejita perdida.

En otro viaje encontraríamos otro poeta que cantaba con una afinación extraña, con la misma afición por los versos a lo divino, la misma guitarra destemplada, pero con otras entonaciones y otros versos. En otras localidades encontraríamos poetas que componían sus versos durante la faena en el campo. Otros que mostraban antiguos libros. Casi todos dispuestos a obsequiarnos con unas décimas o cuartetas.

El canto a lo humano y a lo divino es una tradición que no quiere desaparecer de nuestra tierra; en la zona central se pueden encontrar lolos de dieciocho años que están aprendiendo a cantar y acuden a festividades religiosas acompañando a sus mayores, para ir entrenando el oído y la voz. Los poetas más viejos son aquellos que componen versos e improvisan, lo más jóvenes cantan «versos hechos», aquellos escritos por otros.

cantores2 cantores

En la fiestas a la Virgen, en los velorios de angelitos**, en las fiestas a los santos patronos de cada pueblo, en todas ellas se puede escuchar las voces de cientos de poetas y cantores populares. La devoción y el respeto con que cantan a lo divino, el humor y la chispa con que cantan a lo humano, con cuecas y tonadas subidas de tono, historias de mujeres de vida alegre o de hombres afeminados, historias de santiaguinos en el campo o de campesinos en Santiago. Siempre rimando frases y palabras, siempre cantando, con la guitarra o el guitarrón como eternos compañeros.

Canto y doy la despedida
canto a un cogollo en flor
canto porque soy cantor
canto porque esta es mi vida.
Canto a mi tierra querida
canto con toda mi voz
canto y termino veloz
canto y paro mi retreta
canto porque soy poeta
canto y así digo adiós.

Notas para afuerinos:
* las casas Copeva fueron tristemente célebres por estar muy mal construidas, se llovían por todas partes y las murallas se desgranaban de sólo tocarlas. El ministro de la vivienda de la época tuvo que renunciar.
** los angelitos son los niños que mueren a temprana edad; en la zona central de Chile se les hace un velorio con canto y comida.