Hoy, caminando de vuelta a casa, observaba personas, sobre todo a las de más de 60 años. Cuánto habla el cuerpo de un adulto de sus emociones guardadas, de los caminos recorridos, de su actitud ante la vida, de los dolores, las terquedades, las mochilas, las rabias, las alegrías, los amores… nuestro cuerpo es un libro abierto sobre el camino de vida que hemos recorrido.
Un cuerpo joven habla de las expectativas de los caminos por descubrir. Un cuerpo de un niño habla de la sorpresa y el júbilo del descubrimiento a diario de cosas nuevas…
Me maravillo cuando me topo con personas de edad que aún conservan la inocencia del niño y la capacidad de sorprenderse con el milagro de la cotidianeidad.
Por cierto, recuerdo a la Lola, la adorada matriarca de mi linaje paterno… conservó su capacidad de asombrarse y maravillarse hasta el final de sus días.

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