Publicado en el mes de Diciembre de 2000 en El Ático
Bueno, por el título muchos pensarán que estoy preguntando por aquellos ejemplares de mi género que le roban el corazón a los machotes…. pero no me refiero a esas minas, sino a una mina de a de veras, de esas de donde extraen metales, de esas que fueron descubiertas por hombres llenos de sueños, pero con bolsillos magros… de esas minas que horadan las entrañas de nuestra Pachamama.
La cosa es que algún día del último mes de este año con 3 ceros, «por culpa» de las pegas del Museo de Rancagua, y por una curiosidad de locos, me tocó subir a la mina El Teniente, que es nada menos que la mina subterránea más grande del mundo.
La aventura comenzó a las 9:00 am en Codelco, en Rancagua. Había que juntarse con un respetable señor de asuntos públicos. De ahí nos echaron arriba de un minibús (digo echaron porque yo acompañaba a la directora del Museo). Tras una hora de viaje por la precordillera llegamos a una casa-hostal-oficina (en realidad no sé lo que era), donde nos dieron un casco, una máscara antigases, una casaca con bandas fosforecentes, un cinturón que pesaba una tonelada pues llevaba la batería de la lámpara más la lámpara, y un cajita metálica misteriosa que resultó ser un set de supervivencia de 30 minutos, para casos de emergencia…. ah!, y un par de botas de agua, que para variar me quedaban chicas de piernas; tuve que ponerme unas nº 37, cuando calzo 34.
Seguimos camino arriba, por la Carretera del Cobre, los árboles empezaron a desaparecer, y los áridos cerros de la cordillera era lo único que se veía. Por ahí tras una vuelta apareció Caletones, la fundición, que está en proceso de modernización para evitar la contaminación por gases sulfurosos. Como el problema todavía no está 100% solucionado, te obligan a cerrar las ventanas del vehículo. Nuestro humorístico guía nos explica que todo el traslado del material que se extrae de la mina aprovecha la gravedad, mientras nos muestra el recorrido del mineral hasta la fundición.
Una vuelta más y aparecen más instalaciones: el terminal de los buses que trasladan a los mineros, el terminal del automotor que los lleva al interior, y bodegas, bodeguitas, fierros, construcciones, edificios, caminos, chimeneas, piscinas, y nada de verde…. y más y más construcciones y fierros y muchos edificios viejos e instalaciones abandonadas.
Por ahí paramos a colocarnos las vestimentas (las botas ya las teníamos donde correspondía: en los pies), instalar la lámpara en el casco y colocar la baliza en el minibús.
Otro giro en el camino y llegamos a una entrada de túnel tan chico como el de La Calavera, en la V Región. Me imaginaba una entrada más grandilocuente… y definitivamente no me esperaba túneles por los que circulan camiones pequeños, camionetas, cargadores frontales, carros, y una pila de vehículos. Tampoco me esperaba un sistema de semaforización interno, controlado por un computador que regula el tránsito al interior de la mina… también hay teléfonos para llamar a cualquier parte, si el código del trabajador lo permite, hay oficinas repartidas por los túneles…
De tanto ver películas añejas sobre mineros de picota y pala se me había olvidado que iba a ver una mina del siglo 21, con tecnología de punta, de donde se extrae el 3% de la producción mundial de cobre. Por ahí me explican que El Teniente es el 3%, Codelco el %15 y Chile el 41%.
Bueno, y he aquí que entro a la mina… si me preocupaba el aire a respirar, resulta que le inyectan no se cuántas toneladas de aire a presión, por lo que adentro se respira mejor aire que en mi departamento del centro de Santiago. Con sistemas de puertas sincronizadas se evita que el polvo de las excavaciones inunde la mina entera.
Circulamos en el mismo minibús, hasta llegar a unas oficinas enormes, con paredes estucadas y pintadas de blanco, con cielos de roca pura… y con un arbolito navideño en una mesa. En este sector hay un casino para los trabajadores, teléfonos, computadores, televisión, baños para visitas, muchos avisos sobre la seguridad en el trabajo… y todo lo necesario para hacer menos inhóspito el trabajo.
Aquí nos apeamos del vehículo y seguimos a patita.
Los mineros tienen ropas y cascos de distintos colores, dependiendo si son eléctricos, técnicos de algo, mineros propiamente tal, encargados de los explosivos u otros oficios. Existen ascensores enormes que sirven para vehículos y gente, ya ni me acuerdo si subimos o bajamos, pues el asunto que nos llevó a la mina era conseguir objetos usados en las primeras etapas de explotación, para una exposición del Museo, por lo que íbamos al sector más antiguo.
A estas alturas ya había tomado bastantes fotos, y echado suficientes garabatos porque me estorbaba la visera del casco para enfocar.
Todos los túneles por los que había andado tenían bastante luz y una pila de cables en la parte alta. Tras la última puerta nos adentramos en un sector con pocas luces, donde estreno la lámpara del casco… es… emocionante, impactante. Pensé que me iba asustar o sobrecoger el hecho de andar bajo tierra, con toneladas de montaña sobre mi cabeza, pero no. Nuestro guía se ríe de mis ojos enormes ante tanta novedad.
La mina es fría por dentro, menos mal que me pasaron una casaca… me imagino como será en invierno. El aire que se respira es helado, pero bastante limpio… con algo de polvo en suspensión, y algo de agua. En los socavones oscuros resuenan los pasos, los chapoteos en las posas de agua… nos cruzamos con una vía más transitada: pasa un camión con material… seguimos caminando, una puerta más y llegamos al sector Fortuna Regimiento. Un cartel recuerda el tránsito del material al interior de la mina. En la oficina tienen colgados fierros y herramientas usados cuando la cosa se hacía a punta de pala y picota.
De aquí nos llevan a ver cómo trabajan los LHD, palas mecánicas que hacen ahora el trabajo del hombre. Llegamos a un túnel donde se siente el ruido del motor y de la pala rompiendo rocas…. la camioneta pasa a llevar una cortina de plástico grueso, versión exagerada de las antiguas cortinas antimoscas de las carnicerías. «Es para evitar que el polvo salga de este túnel» nos dice el minero. Junto a la entrada del túnel hay un extractor de aire. Gracias todos estos adelantos los mineros ya no se mueren de silicosis… nos cuentan que cuando se instaló el sistema de ventilación, en a década del 60, los obreros se fueron a paro, pues si se acababa la enfermedad se acababa la indemnización… Solían ser lo suficientemente buenas como para que se cometieran extravagancias como cortarse un dedo en la línea del tren, todo hecho en contubernio con compañeros… así bajaban a Rancagua con los bolsillos llenos, la garganta sedienta de alcohol y el cuerpo ávido de mujer… dicen que en esa época Rancagua era una sola y gran «casa de huifa».
A los obreros los reclutaban en la zona del Maule, pues eran huasos resistentes y buenos pa’l trabajo… los emborrachaban, les hacían firmar con el dedo entintado y luego los subían a un tren… despertaban en la mina.
Los mineros y los patrones vivían en Sewell, campamento minero que aún se yergue majestuoso al lado arriba de la entrada a la mina.
Allí había colegios, hospital, teatro, biblioteca, club social de patrones, club social de obreros…. dicen que la vida allí era buena, que había de todo, que los colegios eran buenos, aunque fueran separados por clase social. Que los hombres y mujeres vivían en edificios aparte, los casados en otro, lo viudos en otro. Los baños eran comunes, había algo así como un toque de queda que impedía que una mujer soltera fuera al edificio de los hombres solteros y viceversa… si eran sorprendidos, aunque fuera por motivo de encargar el lavado de la ropa, eran obligados a casarse en 48 horas, o sino eran expulsados…. por ahí quedan matrimonios con 30 años de vida en común: «menos mal que era güena la señora, ¿se imagina hubiese sido fea?»
Antiguamente no dejaban entrar mujeres a la mina, pues se ponía celosa; hoy trabajan unas cuantas al interior, en cargos técnicos, y circulan con sus cascos y tenidas de seguridad. Cuentan que una vez salió elegida por concurso público una mujer como jefa del hospital; cada vez que había un accidente al interior y había que ir a rescatar a alguien, la mina entera se iba a paro, chofer de la ambulancia incluido. Hoy las mujeres de mineros son invitadas a conocer el trabajo de los maridos, así les da «ataque de comprensión», tras cargar por horas los titantos kilos del equipo de seguridad.
A la salida de la mina vamos a Sewell (¡por fin me saco el cinturón!), ese que está siendo postulado a Patrimonio de la Humanidad. Entero construido en madera, queda sólo la tercera parte de lo que fue en los años 60. Hoy están restaurando sus edificios, sus escaleras.He visto tantas fotos de este lugar que me emociona caminar por fin por sus senderos y escaleras. Trato de imaginar la vida allí, en medio de la árida montaña, respirando aires sulfurosos de Caletones, con niños jugando en las escaleras…
Hora de bajar. Un almuerzo rápido en el casino de Sewell y al minibús. A la bajada recuperamos nuestros zapatos y devolvemos todo el equipo. Vuelta al verde de la precordillera, vuelta a Rancagua.