Hace 44 años, el jueves 13 de septiembre de 1973, mi padre salió de casa para comprar medicamentos para mi hermana enferma. Era el primer día sin toque de queda tras el golpe militar del 11, día en que se había roto algo muy grande…
Yo tenía 8 años, y tuve conciencia total de lo que ocurría. Si mi papá no había llegado a la hora del toque de queda, si allanaban la casa de unos vecinos, uno de los cuales andaba con mi padre, todo se estaba poniendo más grave aún.
Desde detrás de la pandereta de la casa de mis tíos vimos como sacaban a los hijos de la señora Yola de su casa a punta de fusil, apenas empezado el toque de queda a las 18 hrs,… recuerdo el ruido y la imagen de las tanquetas entrando a la Villa Macul, iluminadas por la luz rosa del crepúsculo vespertino, esa luz que he amado toda mi vida.
Luego vinieron días de incertidumbre total, sin saber si mi paire estaba vivo o muerto… días de esconder y quemar libros y discos. Días de esperar que nos allanaran, días con el cielo de primavera surcado de aviones y helicópteros, noches de balaceras interminables y helicópteros… días duros, tristes, feos… en las que ya nunca más fui niña. Mi padre regresó vivo en enero, tras 4 meses de detención, tortura y aislamiento… volvió bastante entero, para todo lo vivido. Pero los días duros, de silencio, de ocultamiento, de miedo, duraron mucho más… duraron décadas.
Los años previos al golpe los viví en medio del idealismo de izquierda de mis viejos y de amigos de la familia. Crecí escuchando la música de Quilapayún, Inti-illimani, los Parra, Víctor Jara. Crecí en medio de los sueños de un mundo mejor, más justo, con más igualdad. Mis viejos creyeron de corazón en la posibilidad de un país con menos diferencias sociales. Y todo eso se rompió el 11 y hubo que guardarse los sueños en un bolsillo muy oculto.
Aún me emociona escuchar esas canciones, me las sé de memoria, me evocan tantas cosas… muchas veces se me aprieta la garganta, me corren las lágrimas. Especialmente en estas fechas.

Hace dos días, en la velatón del Estadio Nacional, tras honrar la memoria de mi viejo (su foto está en el Memorial), y tras encender velas en homenaje de tantos… me hice una pregunta… estábamos en el bandejón central de Av. Grecia, donde mi madre estuvo a la espera de mi viejo, donde ella y otras miles de personas tuvieron que arrancar de balaceras… en el escenario de afuera del Estadio Illapu cantaba el Manifiesto de Víctor Jara… ahí… con la garganta apretada intentando cantar, me pregunté… por qué duele tanto todavía?
Y esperé la respuesta…
“Nos robaron los sueños”… eso es…
Nos robaron el sueño de un país más justo, más equilibrado, con menos diferencias…

Y es un sueño que va más allá de las corrientes políticas… al menos eso es lo que siento en mi corazón. En mi caso personal no adscribo a partido ni corriente política alguna, aunque claramente estoy permeada hasta el tuétano de las ideologías de mis viejos.
Ni idea si el proyecto de Allende pudo haber funcionado sin la intervención extranjera, y a estas alturas no creo en la vía política para hacer de este mundo algo mejor… En mi caso es el sueño de un mundo que no fue lo que duele.
“Nos robaron los sueños”… esta frase que me llega en medio del frío y la noche, en Av. Grecia, abrazados con mi compañero… me hace darme cuenta por primera vez que tengo el idealismo de mis viejos intacto en mi corazón. Lo dirigí hacia otras frecuencias… pero ha estado en mí toda mi vida… Y desde mi terquedad de base sigo trabajando en hacerlo realidad.
44 años de duelo, una herida que no cierra… 44 años que nos robaron un sueño… 44 años que algunos se sintieron con derecho a herir, matar, censurar, torturar, destrozar esos sueños…
Pero los sueños son porfiados, siguen ahí, vuelven… se esconden por un tiempo y regresan.
El dolor dice que siguen intactos, porfiados, potentes… vivos! Porque soy hija de mis padres, soñadora e idealista como ellos.
Porque sueño un mundo mejor. Porque los sueños tejen realidad…

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